¡Quiero ser feliz!
“¿Qué quieren decir las palabras ‘verdadera libertad’ y ‘amor verdadero’? ¿Cuál es el sentido de mi vida? ¿En dónde y cómo, entre tantos hechos y sentimientos que me atraviesan, encuentro la verdad?”. Estas preguntas, que acompañan a muchos jóvenes, me han llevado también a mí a buscar, a veces más consciente a veces menos, la felicidad.
Soy Róża y vengo de Polonia, de una pequeña ciudad cerca de Lublin, donde viven mis papás y mi hermano con su familia. En casa he recibido todo lo que un niño necesita para crecer: el amor entre los papás y para los hijos, la fe en Dios y mucha libertad y confianza. Como adolescente participé en varios encuentros para jóvenes, organizados en mi parroquia y por las hermanas franciscanas.
En la Universidad Católica de Lublin, donde Karol Wojtyla enseñó ética, estudié lengua y cultura alemana con el deseo de volverme traductora. La elección del estudio no fue fácil: mientras que muchos de mis amigos de la preparatoria tenían ideas claras, yo tenía una única certeza: “Quiero ser feliz…” y, entre muchas cosas que me interesaban, sólo sabía decir eso. A veces, sin embargo entraba en crisis, y en uno de estos momentos entré a una iglesia en donde había adoración a la Eucaristía. En mi oración, con algunas lágrimas, le conté a Dios mi situación y, de repente, sentí dentro de mí estas palabras: “Tú estudiarás mi amor”. Reconfortada y llena de alegría regresé a mi casa, sabiendo que cualquier elección que hubiera hecho, ya no sería un fin en sí misma, sino un medio para poder conocer mejor a Jesús.
[...] Mi tiempo se llenaba de varias actividades, entre ellas un curso de baile. Pero me faltaba una pareja, así que se lo pedí a varios amigos, pero ninguno tenía tiempo. Una vez le pregunté a un chico que tocaba en un grupo de música. Él me contestó que vendría, pero solamente una vez… y, al final, salimos juntos por tres años.
El último año de universidad, sin embargo, fue muy diferente de los anteriores: el contacto con los amigos se redujo, muchos habían tomado su camino: quien se había casado, quien se había mudado de casa. También mi novio y yo empezábamos a hablar de matrimonio. Yo me sentía muy insegura, tenía dudas y nunca lograba decirle que sí porque me parecía ir en contra de mí misma. Era un periodo duro y difícil: mi futuro dependía de un sí o de un no, me sentía sola delante de la elección de la vida, con una tempestad de preguntas, sueños y contradicciones que no lograba recomponer.
[...] En ese tiempo,después de mucho trabajo y no sin dolor, mi novio y yo entendimos que no podíamos casarnos y nos dejamos. En mi búsqueda de amor y felicidad, la pregunta: “¿Qué quiero hacer?” se dirigía a un “Tú” más confiable que mi pequeño “yo”, y entonces le preguntaba: “¿Dios, qué quieres Tú para mí? ¿Qué sueño tienes para mi vida?”.
Un día, hablando con una hermana, le conté que había dejado a mi novio y las preguntas que tenía. Pensaba que tal vez me consolaría… Pero ella, con una voz muy firme, me dijo: “Eres una mujer débil y Jesús te ayudó. Ahora tienes que ocuparte de tus estudios. Escribe la tesis, concluye los exámenes y, después, empezarás a preguntarte lo que harás en el futuro. Si no, no haces ni una cosa ni la otra”. En ese momento entendí que tenía que cambiar y le di una vuelta completa a mi día.
En este periodo trabajoso, vinieron a la universidad de Lublin las Misioneras Seculares Scalabrinianas para participar en algunas clases y para encuentros con los estudiantes. Así escuché hablar de los Centros y de los Encuentros Internacionales y despertó en mí curiosidad. Pregunté si podía participar en un Campo de Verano con otros jóvenes de diferentes nacionalidades y así viajé a Suiza. Para mí fue una semana de descanso profundo, aunque los días transcurridos juntos fueron muy intensos y marcados por encuentros fuertes con los refugiados y los encarcelados. Me sentí finalmente libre: libre de aquello que me rodeaba y libre para el futuro de Dios para mí.Hice también un descubrimiento inesperado: al proponernos algunas pistas para la reflexión, María Grazia, una misionera, usó la imagen de un cáliz volteado al revés, que no puede ni recibir ni dar, fallando al objetivo para el que fue hecho. Me pareció, entonces, que mi vida que quería realizar a mí modo, era como ese cáliz al revés. Y la palabra de Dios me hizo entender otro pasaje: Tanto amó Dios al mundo que le dio (hingeben) a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3,16). Este verbo en alemán hingeben (donar), trabajó mucho dentro de mí… Dios dona todo lo que tiene –¡su Hijo!– porque ama y se dona a sí mismo, porque me ama y no quiere que yo me pierda… Este salto que Él dio por su propia iniciativa para alcanzarme me hizo descubrir un deseo profundo de donarme, de ofrecer mi vida. La palabra Hingabe no me dejaba. Era para mí una gran novedad y una invitación a voltear mi cáliz.
Después de la experiencia en Solothurn, se quedó en mi mente una canción: “Largo tren de la felicidad”, que se refiere a la historia de Adelia, la primera misionera, que dijo su sí incondicional y para siempre a Dios justo en un momento en el que el futuro parecía cerrarse. En la oración reflexioné sobre mi vida y mi situación. Me encontraba en un punto donde muchas cosas habían llegado a un momento crucial: las amistades, el estudio… también mis proyectos para el futuro me parecían un poco “pálidos” y ya no eran suficientes. Quería ser feliz y también Dios quería lo mismo: “¡Entonces, ya somos dos!”, pensaba. Así rezaba: “No sé en donde y con quien, pero Te digo mi sí y estoy lista para todo: para un matrimonio, para una consagración, para aquello que Tú quieras, la cosa más importante es estar contigo”. Era una pequeña oración, pero llena de confianza y, con esta confianza y alegría, regresé a mi casa.
Pero, ¿qué quería decir para mí dar la vida? Se hizo cada vez más claro que ya no podía seguir dando vueltas alrededor de mí misma, haciendo nuevas experiencias, aun siendo positivas y buenas; ahora tenía que hacer una elección concreta.
No era fácil, también porque después de mis estudios recibí casi inmediatamente tres ofertas interesantes de trabajo: pero estaba en juego algo más grande que la elección de un trabajo.También eso me habló de la fidelidad de Dios que quiere mi respuesta libre a su amor. Se trataba, entonces, de tomar una decisión; en esto me ayudó la oración y además el hablar con alguien para que me ayudara a leer la historia que Dios estaba haciendo conmigo.
A través de los diálogos con un sacerdote descubrí que la gran felicidad que estaba buscando es Dios mismo. Deseaba tanto el Amor, pero cada vez más se hacía evidente que la iniciativa era siempre Suya y así finalmente me dejé encontrar por Él.
[...] Gracias a mis estudios y a la formación que recibo en la comunidad, puedo enseñar alemán en diferentes cursos con migrantes ¡y me parece que recibo mucho más de lo que puedo dar! El idioma que aprendemos juntos se vuelve un medio para comunicarnos, para compartir las alegrías y las fatigas y para así podernos sentir cada vez más en casa.
Una de las primeras veces que regresé a Polonia para visitar a mi familia, mi papá me preguntó:“¿Por qué, cuando no sabías qué hacer en el futuro, le preguntaste a Dios y no a mí? ¡Yo también habría tenido un proyecto para tu vida! ¡Incluso uno más cerca de casa!” No sabía qué decirle: de hecho, es verdad que, pidiéndole a Dios se pueden obtener respuestas que nos sorprenden por su novedad. Es precisamente así: siguiendo a Jesús con un sí total, en el camino del matrimonio o de la consagración, nuestra vida cambia totalmente y nuestro corazón se va dilatando por el Espírito Santo para que podamos amar a partir de Su amor. Justo gracias a aquella transformación, que a veces nos duele, encontramos nuestra unificación, una alegría verdadera que nosotros no podíamos proyectar. El 2 de mayo de 2015 pronuncié los votos de pobreza, castidad y obediencia, junto con Giulia, en la Catedral de Solothurn, pequeña ciudad suiza donde nació nuestra comunidad.
Quiero agradecerle a Dios por su fidelidad, que me llevó más allá de mí misma y que, a través de todo, me introduce cada vez más en el misterio de su gran amor de Crucificado y Resucitado. Me doy cuenta de que Él está realizando la promesa que me hizo hace muchos años en una iglesia de Lublin: “Tú estudiarás mi amor”. Este Amor supera mis ideas, expectativas y experiencias: es la semilla de la vida nueva que Él está plantando en mi tierra pobre y que quiere dar fruto no sólo para mí sino para todos. ¡Gracias ya desde ahora por sus oraciones que nos acompañan por los caminos del Éxodo!
Róża Mika
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